martes, junio 12, 2007

Entrega

Son las 13.30 del sábado y yo estoy en mi antigua casa, a pata pelada limpiando la tina.

Mientras saco la mugre acumulada por el mal drenaje de la ducha y limpio sin cesar los azulejos uno por uno, me vienen los flashbacks.

Es cierto, este departamento nunca me gustó. Desde la primera vez que lo vi, lo encontré feo y sombrío. Pero mal que mal fue mi espacio durante meses, casi un año.

Por un segundo mis ojos llenaron el espacio vacío e iluminado (como nunca) de 25 m2.

Vi pasar gente, amigos, familia, amores, no tan amores.

Vi muebles, vi comidas, vi juegos, vi llantos, vi dolores, vi resfríos, vi consejos, vi piscolas, vi caños, vi las estrellas. Esas que brillaban y que todos preguntaban si las había puesto yo.

Vi cuando me enseñaron a usar las llaves, vi mi primera y mi última noche.

Vi términos y comienzos.

Vi la última vez y la primera vez.

Me vi hecho mierda, y lleno de energía.

Me vi niño lleno de dolor, y adulto insensible.

Me vi carente de felicidad y abierto a meterla de nuevo en la ecuación.

Pies descalzos paseando por la alfombra, 20 colillas de cigarros al día y 2 cervezas a medio tomar.

Luz y sombra sobre el parquet vitrificado.

Al volver del viaje ya todo esta limpio y reluciente. Pillo un par de cartas nunca entregadas, por ahí escondidas, cargadas a la cebolla y al dolor de un niño hecho pedazos. Las rompo en varios pedazos y con un par de colitas de inciensos descargo el boliche, para que el que venga no se encuentre con los fantasmas que quedaron pegados en las paredes, ni con los llantos ahogados por la almohada, en un invierno helado como el que le va a tocar vivir, así como a mi hace un año.

Francisco®


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