martes, febrero 26, 2008





Cuando Una Madre Llora

Hoy, me toco estar en un funeral por primera vez en casi 10 años.
El ataúd no media ni metro cincuenta, era blanco, lleno de peluches.
Jocelyn tenía 7 años al momento de morir, el domingo pasado. La leucemia se la llevó con rapidez, en menos de 6 meses.
Hace dos semanas atrás, recién supe de su existencia, al escuchar de boca de Javiera la historia de la hermana de su amiga, que de un rato para otro se enfermó y resultó ser cáncer.
Sentado, en una especie de sopor y trance producto de las palabras del cura extranjero y los cantos en francés del coro de la iglesia, la pena se siente. El diaporama que muestra a Jocelyn andar en bicicleta y reír, no hace más que recalcarme que la vida de todos es frágil.
Pienso en las cosas que no alcanzó a vivir y espero que en la vida eterna le toque sentir, por lo menos una vez, eso que hace que todos los mortales amemos la vida. Los pequeños momentos que construyen una experiencia completa.
Casi al terminar, nadie sabía que hacer. La pena nos había comido las ganas de pararnos, de caminar, de entender.
Solo atinamos a sentarnos a descansar la nube de tristeza, a no movernos. A escuchar el latir áspero del corazón y los sollozos contenidos. Hasta que la madre se paró a mirar a su hija a través de un vidrio, para dejar correr la pena, y hacer que todos los que estábamos ahí supiéramos que ni toda la pena de nosotros junta se podía comparar con la de la mujer que había dado la vida al angelito que descansaba en la urna de marfil, al que con los ojos pesados, le decía adiós.

Pancho®


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