El Abrelatas



De todos los ítems que han sido entregados gentilmente a mi por mis amigos, familia y compañeros de trabajo, en la autodenominada Franciscotón, hay uno que particularmente me ha llamado la atención por su historia y por lo que significa.
Dentro de la caja que mi madre me hizo llegar con Joaquín hace unos días, venía un abrelatas desgastado y roñoso, de mango plástico color rojo y blanco. Al tomarlo, fue casi como tener a Anduril en la mano. Era el poder de historias y momentos que pasaron frente al artefacto, reflejados en la oxidada hoja. Era, el abrelatas de los paseos.
Como un traslador (En los mundos fantásticos de Harry Potter un Traslador es un objeto mágico con el que puedes transportarte a cualquier lugar. Los que quieran trasladarse deben simplemente tocar el objeto) al tomarlo me llevó al verano, a Bahía Cisne, donde pasaba horas en la playa, con la cálida arena color miel a mis pies, y con el mar frente a mí.
Me llevó a las Rocas donde me sentaba a ver los peces que saltaban del agua en el ocaso. Me llevo al frío de la mañana, cuando mi despertador era el ruido de las olas. Me mostró sueños y momentos hermosos, a la orilla del mar, comiendo atún y duraznos en conserva.
Cuando pretendía seguir mi viaje mental de la mano del abrelatas mágico, volví.
Frío en Santiago. El invierno ha durado una enormidad, lo he sentido en la piel y en los ojos, pero tal como los osos, me preparo para los deshielos. Me dispongo a pasar el frío con el sol que me acompañaba los veranos, con la sensación de calidez de la arena fina entre los dedos, con el sabor salado en el pelo, la piel con olor a tostado, y el color del sol en la espalda.

Esperando al Sol, y soñando que el mar me despierte.

Francisco®